Breve semblanza de una canalla
Breve semblanza de una canalla
Nuevo relato esencial del género negro remitido por el magnifico colaborador Fernando Gracia Ortuño
Su estrategia principal consistía en el clásico “divide y vencerás”. ¿Pero vencer, para qué?: Sólo para pulular y medrar, ascender, sobreponerse y trepar a costa de los supuestos errores de los demás. Para ello su estrategia consistía en contarle a cada uno de sus subordinados una historia execrable sobre alguno de ellos, para enfrentarlos y focalizar la animadversión, el recelo y la manía entre todos. Si uno de ellos había hecho algo mal con respecto a la autoridad, había contestado mal, había defendido sus derechos, o bien había cuestionado algo, lo dejaba mal ante los demás dando su versión de los hechos sin el aludido presente para generar en los otros una mala impresión. A un tal Josua, por ejemplo, que antes de ser relegado al almacén había sido su jefe, lo llamaba de todo: lo llamaba, por ejemplo, tonto, maniático, perro y barrigón. A veces, cuando se acercaba desde el almacén, sólo decía: ya viene el barrigón, cuidado, chicos, que ya viene el gandul, el gordo, cuidado, gordo a la vista, que viene el cerdo mandril, el inútil, sin tapujos. Esto lo pregonaba a los cuatro vientos, remarcándolo sutilmente a unos y a otros, como si fuera la chafardera número uno del pueblo, y con autorización especial del alto mando.
Pero, por increíble que pudiera parecer, sin embargo, al día siguiente todo parecía funcionar como si allí no hubiera pasado nada, al margen de las carcajadas sotto voce ante el paso o presencia del susodicho que se gastaban luego los subordinados. Si las cosas se complicaban, porque alguien escuchaba algo sobre sí mismo que aquélla había ido propagando con toda la bellaquería del mundo por todo el recinto, entonces buscaba secuaces fieles, sobre todo los más rufianes, que la siguieran ante la autoridad para dejarlos en evidencia una vez más, para así salirse con la suya merced a los rumores previamente difuminados en el ambiente, preparándose el terreno con anterioridad a fin de generar en el personal los prejuicios buscados. Lo importante era que los rumores surtieran su efecto, y para ello su labia y su inquina premeditadas eran expertas. Siempre, por otro lado, había en aquél paradisíaco lugar, un mequetrefe dispuesto a seguirla, vendándose los ojos con tal se conservar el puesto de trabajo y no tener problemas con ella. Estos mequetrefes, fantoches o alfeñiques, por otro lado, nunca falta en lugares así: Son, como si dijéramos, el alma de la piara, emponzoñada ésta por el estiércol de las murmuraciones a ultranza, las mentiras, los malentendidos y las calumnias para con el prójimo.
Divide y vencerás, pensaba, ¡qué regla tan sencilla, tan útil y cuánto provecho podía obtener de ella sólo con seguirla al pie de la letra!
Sabía cómo convencer a sus secuaces y a la autoridad para llevárselos de calle, sabía machacar a sus rivales a fin de deshacerse de ellos. Si uno de ellos tenía problemas físicos reconocidos por la autoridad médica, sabía, por ejemplo, convencer a sus superiores a fin de que a tal persona en concreto, que se había salido de su influencia, se le hiciera la vida imposible hasta que prácticamente tuviera que abandonar o dimitir a causa de tales lesiones. Pues a pesar de dichos informes, sabía manipular a su antojo a jefes y a los médicos de Riesgos Laborales a fin de que a tal persona, dada por “díscola”, por ejemplo, no la recolocaran ni le adaptaran el puesto, a fin de joder al prójimo sin más, sólo porque a ella se le antojaba, y sobre todo porque a ella tal persona no le había caído bien desde el principio, cuando empezó a rumorear sobre ella, o sencillamente porque no se había hecho de su bando o corrillo de intrigantes. Cuando se encontraba a solas entre éstos, por otro lado, no paraba de encontrar motivos para reírse y mofarse siempre que podía de tal o cual anécdota o característica relacionada con su cabeza de turco, y lo hacía como si se tratara del más vil rufián y canalla. Se burlaba de ellos entonces: de todo lo que encontraba: de su historia familiar, de sus relaciones, de sus difuntos, de sus escapadas al pueblo, de cualquier hecho ocurrido que manipulaba ella a su antojo a fin de encontrarle el lado morboso, macabro, ridículo o sarcástico ante los demás, los cuales entonces reían a coro sus extravagantes ocurrencias. Otras veces se ponía a cantar como una loca en medio de la jornada laboral, creyéndose muy graciosa, porque no era capaz de darse cuenta que estaba en realidad haciendo un ridículo espantoso, que ella hacía muchos años ya que había confundido con gallardía y gracia auténticos, sin poder distinguir la diferencia.
Sí, lo tenía bien claro: gobernar y dirigir con astucia y mano de hierro era la vida junto a aquellos miserables arrogantes en su día a día. Los principios fueron duros, tuvo que vérselas con sujetos bregados de distinta calaña. Algunos con muy malas pulgas que incluso la llegaron a llamar de todo, los cuales no consentían de ninguna manera ver a una mujer ocupar el puesto que ellos consideraban exclusivo del género masculino. Pero ahora que por fin todo aquello había cambiado y tras duros años de aprendizaje, esfuerzos continuados y duros estudios, había al fin logrado ser la cabecilla de aquella colla de ignorantes groseros y mentecatos.
Aquella mañana había quedado con uno de aquellos imbéciles que se dejaban embaucar por un trozo de pan y encima le lamían la mano u otras partes de manera casi gratuita sólo por su rango allí, sólo por tener ese poder, y también, claro está, por la forma de sus caderas y ciertas redondeces evidentes. Como era cortés y razonable, además, no esperaba que se resistiera a la proposición que le iba a hacer. Además, en calidad de eventual, podía hacer alguna alusión a un trabajo fijo, dejando caer la lejana posibilidad en forma de indirecta solapada. Así se lo camelaría. Con él había tenido alguna confidencia tiempo atrás, cuando en los días libres habían salido a tomar algunas copas hacía algunos meses. Se podría decir incluso que tenían buen rollo entre ellos.
—Escucha, Emilio, sé que conoces muy bien a Paco. Últimamente no está muy concentrado en el trabajo. Se le cae todo, es súper lento, se queja por nada, no cumple con su horario. Y, además, por cierto: siempre que puede me dice cada cosa de ti que se me caen los cojones al suelo, joder, perdona que te diga, dice que le duele el pie y que tú no le ayudas nunca en la faena, que eres un cabrón y que lo dejas sólo ante el peligro. Bueno, en fin, sandeces, ¡qué me vas a contar!,. Lo sé, lo sé, yo sé que miente. Tú también lo sabes porque lo conoces bien. Tiene un montón de informes médicos que ha enviado a Riesgos Laborales, pero necesito tu apoyo ante la jefa. Quiero que testifiques que los has visto corretear por aquí con la mayor impudicia. Si me apoyas ahora, ya sabes lo que más adelante puede pasar en tu caso concreto.
Lo dejó caer como el que no quiere la cosa. Los informes médicos se la traían al pairo allí. Aquello era una mafia, su mafia. Y si a ella le salía de sus partes pudendas no adaptarle el puesto a alguien, ¿quién era allí nadie para impedírselo?
—¡Hecho, jefa, cuente conmigo! Si quiere, como soy karateca…
—No, de momento, no, esperemos para eso, eso déjalo para más adelante, por si las moscas, pero cuento con tu ayuda en todo caso, ¿no?
—Por descontado, jefa, en todo lo que necesite.
—Ya hablaremos también de eso, cariño.
—Con este apoyo tuyo este sujeto no se saldrá con la suya. Se creen estos gandules que aquí todo el monte es orégano. Pues no, no estoy dispuesta a dejarme tomar el pelo. Si le duele el pie que se opere. Que se vaya al médico. Vamos, que no le cambio a este sujeto ni una moneda de euros: imagínate si le voy a cambiar de puesto, si se lo adaptara. Antes me corto los huevos.
—Pero jefa… ¿los huevos? Jajaja.
—No, no, claro, claro, jejeje. En fin, Emilio, tengo que dejarte. ¿Sabes? Te propongo algo: Habla con tus compañeros del asunto, hazlo público, habla de él y de lo que hace con tus compañeros, si puedes, en los momentos de descanso, cuando él no esté delante. Quiero que este hijo de puta redomado esté bien aislado y no se sienta para nada respaldado por nadie aquí. Así, por si se le ocurriera por casualidad denunciarnos a Inspección de trabajo, por lo menos tendremos los apoyos suficientes entre el personal para desmentir sus asechanzas infames y sus afirmaciones ante la Administración.
Y así se hizo. Dicho, programado y hecho: La mafia laboral de guante blanco funcionó aquella vez a las mil maravillas y como si se tratase de un engranaje bien engrasado. No hizo falta pegarle una paliza esta vez. Lo hubiera hecho, sí, claro está, pues se lo tenía bien merecido el hijo de perra, pero esta vez simplemente se quedó con las ganas.
En otros tiempos más propicios, ah, —suspiró—, como en la época franquista, o en el período previo a la segunda guerra mundial, a este tipo de energúmeno lo hubiera mandado masacrar antes de arrojarlo a una fosa común, junto con los demás hijos de perra. Lo hubiera despellejado vivo si pudiera.
Pero hoy en día… Hoy por hoy, se lamentaba la jefa, a estos mierdas… En la actualidad, con estos hijos de puta sólo podía hacer lo que hizo, tejiendo su tela de araña, mintiendo, manipulando, chantajeando, urdiendo y rumoreando, levantando calumnias y falsos testimonios, haciendo el hueco y estigmatizando, deshaciéndose, como lo hizo, sólo diplomáticamente, de semejante basura, hoy día, pensaba, no podía hacer nada más…
Texto © Fernando Gracia Ortuño
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