Al amparo de la ley
DAVID ZAPLANA|
La sed de venganza me llevó a convertirme en guardia civil. Solo quiero hacer justicia y qué mejor forma de hacerla que amparado por la ley.
Hoy es mi primer día de trabajo, por fin he entrado en un cuartel, con mi uniforme, mi placa y mi pistola. Por la radio suena el último single de Loquillo, El Cadillac Solitario o algo así. Me gusta. Me imagino ya patrullando en el todoterreno, dispuesto a encontrarme con uno de esos camellos hijos de puta. Hasta me he hecho con una pistola del mercado negro, por si acaso.
Mi hermano era un puto pringado. Primero se metió en la kale borroka, atraído por toda esa mierda de ideas antisistema, como si el Estado y las fuerzas de seguridad estuvieran para jodernos en vez de protegernos. Después, el muy imbécil inició un idilio con la puta heroína. Terminó matando a mi madre para robarle mil pesetas y mi padre le reventó la cabeza con un martillo. Era un puto pringado, eso es verdad, pero era mi hermano y merece ser vengado.
No me lo puedo creer. Acaba de entrar en el cuartel un tipo con pinta chunga. Instintivamente llevo la mano al cinto y aprieto la culata de la pistola. Lo conozco. Es el puto camello de mi hermano, el primer hijo de puta al que estoy deseando vaciarle el cargador en el pecho. Este pueblo no es muy grande, pero no esperaba encontrármelo el primer día de trabajo y menos aún en el puto cuartel. Reprimo mi instinto y retiro la mano. No es el lugar, ni el momento.
Joder, estoy flipando en colores. El tipo le da un abrazo al guardia de la entrada. ¿De qué va esto? Supongo que me habré equivocado. Debe de ser un confidente o un secreta, porque se pasea por el cuartel saludando a todo el mundo como si fueran sus putos amigos. Después se dirige a una celda y otro guardia cierra la puerta. El quinqui se acuesta en el catre, cruza las piernas, coloca las manos debajo de la cabeza y se pone a dormir.
Me acerco al que va a ser mi compañero. Nos acaban de presentar y aún estamos terminando de rellenar un papeleo interminable.
—¿Quién coño es ese?
—¿Quién?
—Joder, el de la celda.
—Ah, ese es de la casa.
—¿De la casa? —Lo miro con sorpresa e interés a partes iguales—. ¿Es un secreta?
Me pone cara de resignación.
—Qué va. No es más que un camello.
Ahora sí que me ha descolocado.
—¿Y se entrega voluntariamente?
—Joder, no te enteras de nada. Pasará aquí un par de días y después se irá.
—No sabía que esto fuera un puto hotel —respondo con ironía, a ver si se explica de una puta vez.
—Son órdenes de arriba. No quieras saberlo todo el primer día.
—¿Saber el qué? Explícate, joder, somos compañeros.
Me mira de nuevo con condescendencia.
—Se pasa un par de días aquí para que todo el mundo piense que se ha ido de viaje a pillar la droga. Después, cuando sale, nosotros le pasamos el caballo.
—¿Qué? —Creo que he dejado de respirar y me he puesto rojo como un tomate—. ¿Que le pasáis la droga vosotros? ¿Para qué?
—Ya te lo he dicho, son órdenes de arriba. La heroína requisada a los traficantes se distribuye a buen precio entre los camellos de poca monta.
—Pero, ¿para qué?
—Para que haya más droga en el mercado y más barata. Es una forma de controlar a la población joven, de evitar que piensen demasiado. Una vez que se han enganchado no les importa otra cosa —el muy hijo de puta suelta una carcajada que me pone los pelos de punta.
Mi puto compañero es un cuarentón, barrigón, con bigote, descerebrado y sin principios. Me da asco mirarlo, me da asco estar junto a él. Saco la pistola del mercado negro y le vuelo las pelotas. Mientras grita como un cerdo me pongo en pie y disparo contra el resto de guardias. Son cinco y solo uno intenta defenderse, pero antes de que lo consiga sus sesos decoran la pared. Me acerco a la celda, donde el camello se ha acurrucado bajo el catre, sollozando como una nena. Primero remato a mi excompañero, que aún se retorcía en el suelo. Entonces saco mi pistola oficial, encañono al puto camello y le pego dos tiros en el pecho. Saboreo ese momento. Me siento delante de él, sin prisa, a ver cómo llora mientras echa el último aliento.
Después entro en la celda y le pongo en la mano la pistola del mercado negro.
Miro alrededor, conmocionado.
Joder, un puto camello se acaba de cargar a todos mis compañeros. Creo que voy a pedir una puta baja por depresión.
Texto © David Zaplana- Todos los derechos reservados
Publicación © Solo Novela Negra – Todos los derechos reservados
Visitas: 48