Txantxigorris envenenados
TXANTXIGORRIS ENVENENADOS, por Txema Arinas
El escritor de tercera o cuarta fila de novela negra sabe muy bien que la única razón para no llevar al papel la trama que de repente se le ha ocurrido durante su visita a Elizondo, es que todo el mundo se le echaría encima acusándolo de ser un mediocre resentido incapaz de aceptar el éxito de los demás. La envida, ay la envidia, suele ser tanto el gran pecado nacional como la excusa perfecta para extender la autocensura hasta límites que el Santo Oficio no habría sido capaz de imaginar. De ese modo mejor callarse la opinión acerca de una trilogía de éxito que tiene al valle navarro del Baztán como epicentro y que ha generado un interés por el mismo que se ha traducido en un considerable aumento de las visitas durante los periodos vacacionales.
Al fin y al cabo la crítica literaria es una quimera en un país como España donde lo que se hacen son reseñas y para de contar. Aquí una novela negra se ensalza si al supuesto crítico, o ya tan sólo a su grupo mediático, le cae bien el autor o le interesa comercialmente. Eso o se la destroza por todo lo contrario. Pero hacer una crítica fundamentada de por qué un libro de éxito es literariamente una aberración y como trama negra una tomadura de pelo, eso no. Eso ya he dicho que te expone al escarnio público, y no digamos ya editorial, porque en un país donde apenas se lee y los que lo hacen buscan esencialmente un mero pasatiempo sin excesivas complicaciones estéticas o intelectuales, criticar el éxito de un libro te condena al sambenito de envidioso que además se escuda en argumentos supuestamente literarios para dar rienda suelta a la mala baba del escritorzuelo que critica lo que hacen otros porque él no se ha comido un colín con sus novelicas negras y así.
No hay opción para la honestidad intelectual. No porque lo que está en juego son intereses de todo tipo, pero ante todo comerciales, de algo que ya no tiene que ver ni con la literatura, que de qué, ni con la novela negra, ni siquiera con el mundo editorial en exclusiva. Criticar la trilogía de marras es ejercer de aguafiestas sin paliativos. Porque de eso va ya la cosa, más allá del número de tiradas de los libros en cuestión, de una fiesta por todo lo grande en la que la novela negra ha pasado a muy segundo lugar desde el momento que estrenaron la película y toda esa gente que se sentía obligada a leer los tres tochos de la trilogía con el fin de no estar fuera de onda puede respirar tranquila. Ya ni siquiera hace falta hacer eso tan engorroso, pesado, inusual incluso, de leer libros para no quedar al margen de la fiesta que reúne a cientos de lectores, o ya por fin sólo espectadores, en Elizondo para recorrer los escenarios de la novela, se supone que para intentar aprehender esa atmósfera de brumas norteñas y realismo mágico/mitológico de chichinabo, y darse el gusto de probar los famoso txantxigorris popularizados por su autora. Toda una oportunidad para que los seguidores de la trilogía aprovechen la Semana Santa para hacer su particular vía crucis por las calles y alrededores de la capital del Baztán, siguiendo, ya no sólo el rastro de los ambientes y escenas que se recogen en las novelas, sino también la visión muy personal y hasta cierto punto tan desnaturalizada como interesada de un Baztán del que se omiten no pocos detalles de su día a día y, sobre todo, de la verdadera sociología de sus gentes. Detalles, claro está, que al referirse a la sociología política y cultural de los baztandarras pueden resultar especialmente incómodos para la correcta comercialización de una obra que aspira a ser única y exclusivamente de entretenimiento. Esa es ya una razón de sobra para sospechar que las novelas en cuestión adolecen precisamente de uno de los principales y más interesantes, cuando no el primero de todos, componentes del género, y que no es otro que el retrato, por lo general crítico, que se hace de una época y un lugar concretos aprovechando la trama.
Así que una vez renunciado a ese aspecto para mí esencial de la novela negra, amén de encima haberlo recargado de tópicos e interpretaciones muy sui generis de la idiosincrasia de la gente del lugar, lo que nos queda es el escenario ideal para la creación del enésimo parque temático para turistas, ahora con pujos literarios e incluso cinematográficos, que abarrotarán la ya famosa pastelería donde confeccionan, casi que a tamaño industrial ese postre tan típico del país vasco-navarro, y hasta entonces prácticamente olvidado, con el fin de cumplir lo que cientos de turistas han convertido en un ritual: «¿Me pones unos txantxigorris para llevar?».
Así pues, cómo no va fantasear el escritor de tercera o cuarta fila de novela negra cuando ve las colas para entrar a la pastelería de marras, incluso cuando todo el mundo con el que tropieza le habla del postre en cuestión, como si de la noche a la mañana se hubiera convertido en el mayor o casi único atractivo de la zona –¿dónde están esas otras delicias gastronómicos de la zona como las baztan zopak, la gaztanbera o los txuri eta beltz, o ese museo al aire libre del cocinero/escultor de Amaiur, incluso su remedo de Numancia para consumo local, el paseo por el Señorío de Bertiz, la visita al palacio Jauregia y otros, una partida de la curiosa modalidad local llamada laxoa en el frontón de Arraiotz y otros, amén de otras particularidades baztandarras? – Pero sobre todo, dónde está el interés por esos autores de novela negra, o de novela a secas, que también ambientaron sus historias en el valle de Baztán con mucho más acierto y oficio literario, que además lo hicieron en las dos lenguas del valle, autores como Gotzon Gárate en euskera con Esku leuna y Elizondoko eskutitzak –como curiosidad decir que la novela negra en lengua vasca nació precisamente en este valle del Baztán de la mano del elizondarra Mariano Izeta-, o Miguel Sánchez-Ostiz en castellano con su Zarabanda, verdadero y muy revulsivo retrato de la psicología de un lugar y sus gentes con la excusa de un crimen reciente que da pábulo a que se hablen también de otros del pasado.
No están en ninguna parte, ni se les espera. Y eso es así porque el éxito de la trilogía de Dolores Redondo, y por mucho que ella se escude en la manida respuesta de que todo éxito conlleva su recua de resentidos e envidiosos, dista mucho de ser también el de la novela negra, sino más bien la confirmación de su fracaso. Fracaso sí, porque lejos de servir para la confirmación definitiva del éxito de una novela negra española en condiciones con autores de verdadera talla intelectual, gente como Alexis Ravelo, Carlos Zanón, Paco Gómez Escribano, Javier Abasolo y otros más de una larga lista donde la calidad y la fidelidad a la esencia del género está asegurada, un boom que creía haber aumentado su potencial de lectores por obra y gracia del prestigio mediático de la novela negra de otras latitudes, lo que ha ocurrido es que han triunfado autores que pergeñan novelas de rápida y fácil lectura que no respetan muchos de los aspectos más genuinos de la verdadera novela negra, o ya dicho en plata, que se aprovechan del género para vender productos destinados a ser best-sellers a toda costa de acuerdo, ahora sí, con las reglas de oro de este género exclusivamente comercial. Autores que utilizan el reclamo de la novela negra para atraer a lectores que nunca antes se habían aventurado en el género y que de repente descubren un mero entretenimiento, una lectura sin excesivas complicaciones y no digamos ya ambiciones literarias o críticas, algo condenado de antemano al olvido más pronto que tarde, en cuanto salte el próximo fenómeno best-seller, por muchos ejemplares que se vendan en lo que dure la cresta de la ola en la que se encuentra un fenómeno que lo es ante todo mediático.
Este tipo de novela no sólo no incorpora nuevos lectores al género negro, sino que incluso desprestigia a verdadera la novela negra que hace ya mucho tiempo que quiso emanciparse de la exclusivamente policial o de mero entretenimiento. Y lo hace porque las exigencias de este nuevo lector son ínfimas, cuando no verdaderamente vergonzosas, siempre reclamará más Dolores Redondo o Elena García Saénz de Urturi, porque renegará a la primera de cambio de la novela negra que le presente alguna complicación literaria o argumental. Y por eso también el escritorzuelo de novela negra, que observa indignado como el tan traído boom de este género es un camelo, no podrá evitar especular con una trama para una hipotética novela negra en la que uno de su especie asesina a una masa de turistas sedientos de vulgaridad envenenándolos con unos txantxigorris a rebosar de amanitas muscarias. Al fin y al cabo fantasear con este tipo de venganzas en respuesta a una coyuntura sociológica concreta es lo más propio de escritores de novela negra. ¿Qué, si no, lo de la Redondo?
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