Chandler según Molfino
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Gustavo Eduardo Abrevaya | Buenos Aires
CHANDLER: Debe estar motivado de forma creíble, tanto la situación inicial como el desenlace.
MOLFINO: Con el riesgo de que mi sentido de creíble no sea el mismo que utiliza el maestro, pienso que una ficción –como su nombre lo indica- es una gran mentira que el autor tiene la obligación de hacerla verosímil.
La técnica del autor, digo, sus artilugios para embaucar, su modo de argumentar esa realidad que está creando, debe fascinar al lector como una cobra a una liebre.
CHANDLER: Debe ser técnicamente sólida en cuanto a los métodos del asesinato y de la investigación del mismo.
MOLFINO: Nuevamente nos sumergimos en lo verosímil. Si el asesinato es una de las bellas artes (De Quincy dixit) el método que ponemos al alcance de nuestro personaje nos obliga a tener conocimientos muy completos del arma y sus usos. Hay que trabajar cada crimen, cada planificación, como si fuéramos pintores renacentistas. Si jamás asesinamos a nadie, pues nuestra tarea será imaginar y sentir cómo se mata a un hombre. Hay que recordar que asesinar a un tipo –en la realidad- es una tragedia existencial. No es fácil matar a sangre fría.
Los policías de mis novelas son violentos e inútiles, como los policías de provincias. Sus investigaciones si tienen alguna vez éxito no se debe a las eficacias de sus pesquisas. La inteligencia investigativa en mi región se basa en las torturas (y en todo el país), una rémora de las dictaduras militares.
CHANDLER: Debe ser realista en cuanto a caracteres, entorno y atmósfera. Debe tratar sobre personas reales en un mundo real.
MOLFINO: ¿Qué es la realidad, mi querido Raymond? ¿Acaso el acto de escribir no forma parte de la realidad? De todos modos, la novela necesita ser contada como si hubiera sucedido en la realidad. En mi novela Monstruos perfectos añadí al comienzo una frase que avisaba que los hechos que se relatarían habían sucedido en 1967 y que algunos nombres habían sido cambiados. Por cierto, muchos lectores me comentaron y me siguen comentando que buscaron en Google los incidentes y no los hallaron. De la misma manera, estos mismos lectores han tratado de ubicar en el mapa del Chaco las localidades de Estero del Muerto y Noguera, por ejemplo, cuando son tan reales como Macondo o la Santa María de Onetti.
El secreto está en preparar el gran anzuelo con la carnada que más apetezca, algo muy difícil de encontrar.
CHANDLER: La historia debe tener un valor propio más allá del elemento de misterio: es decir, la investigación en sí debe ser una aventura que valga la pena leer.
MOLFINO: En mis novelas, las investigaciones no son centrales en la trama. Ni siquiera hay detectives a lo Chandler y Hammet, y si los hay, son personajes ridículos, de pocos sesos, brutales, tipos que dan ganas de ahogar en medio de una excursión de pesca en el río.
Suelo poner el acento, entonces, en construir una intriga que embriague de suspenso, una urdimbre de dos o más historias que tejan, como una tarántula, una red plateada y peligrosa alrededor de la trama central.
Pongo en la mesa del lector un menú difícil de rechazar.
En mis novelas, el final es lo menos importante como es la vida misma: a lo largo de nuestra existencia vivimos toda la maravilla del mundo. En cambio la muerte sólo es un apagón.
CHANDLER: Debe tener la suficiente simplicidad esencial como para explicarse fácilmente una vez llegue el momento.
MOLFINO: Lo simple es beautiful, siempre. Tanto para el escritor como para el lector. El escritor, de esta manera, puede resolver de modo claro los vericuetos del argumento y no perder los objetivos. Y el lector, puede deslizarse por el texto como si esquiara sobre una pista de nieve dormida.
CHANDLER: Debe desconcertar a un lector razonablemente inteligente.
MOLFINO: El secreto para desconcertar a un lector razonablemente inteligente es que el propio autor pueda experimentar desconciertos mientras avanza el texto. Tanto el autor como el lector viven –de vez en vez- sus modestas epifanías entre las páginas de una novela.
CHANDLER: La solución debe parecer inevitable una vez revelada.
MOLFINO: Puede que sí, puede que no, sorry, maestro. En sus novelas y las de sus colegas, don Raymond, seguramente que este mandamiento tenía que funcionar a las mil maravillas.
Yo escribo novelas cuyo fin argumental no es hallar la solución de alguna situación o problema. Sí, es inevitable que ocurran hechos que puedan parecer dolorosos para los lectores: muertes inesperadas de personajes que se tornaron queribles, etc., etc. Soy un tipo que resolvió pocos problemas de los que le tocó enfrentar. Soy un sobreviviente con experiencia en eso: en sobrevivir. Nada más. Mis novelas también hablan de eso.
CHANDLER: No puede hacerlo todo al mismo tiempo. Si se trata de un puzzle que opera en un ambiente más bien apacible, razonable, no puede ser también una aventura violenta o un romance apasionado.
MOLFINO: Una novela narra una historia compleja que no se piensa a sí misma. Como la novela familiar freudiana, por ejemplo. Digo que nadie vive épocas temáticas, más bien, vivimos encajando con esfuerzo en ese puzzle que menciona Chandler. Somos hijos del Aleph: existimos en pasiones y actos simultáneos. En mis novelas, pongo en crisis la discusión sobre el bien y el mal. “El cielo y el infierno / cambian de lugar / no llores, hijo”, escribí esta suerte de haiku cuando descubrí sobre qué demonios escribía yo.
CHANDLER: Se debe castigar al criminal de alguna manera, aunque no sea con el ejercicio de la ley… Si el detective no consigue resolver las consecuencias de la delincuencia, se rompe la armonía y deja irritación detrás de él.
MOLFINO: Jamás traté de establecer un simulacro de justicia en mis novelas. Yo soy un escritor que, con o sin piedad, debe atenerse a las leyes que me plantea el relato. Y punto. Como la sociedad toda está infestada de criminales poderosos nadando en las piscinas de la impunidad (políticos, millonarios, estancieros, empresarios, etc.), no quiero instalar en mis ficciones los códigos de ese mundo corrupto.
Como soy consciente de que todos somos criminales, en mis novelas los personajes se nos parecen mucho.
CHANDLER: Se debe ser honesto con el lector.
MOLFINO: Sí, señor, hay que ser honesto. Nos cree, es capaz de viajar con los ojos vendados con nosotros al volante, a doscientos kilómetros por hora, en una noche de lluvia y sobre una carretera oscura.
Un tipo así merece ser tratado como un amigo.
Miguel Angel Molfino.
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