Conspiración
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Volvemos a publicar uno de los relatos mas leidos en S.N.N.
CONSPIRACIÓN
por Mónica Escobar
No puedes moverte. Estás tumbada boca arriba, en el sofá, no tienes ni un músculo a tu disposición y tan sólo dispones de tus ojos para abarcar lo que está ocurriendo a tu alrededor. O mejor dicho: lo que no está ocurriendo, porque es eso precisamente lo que pasa… nada. Aún así, la habitación no se está quieta, las sensaciones que apercibes en tu cerebro no son del todo reales. Sientes que algo va a suceder, pero no sabes el qué, ni cuándo ni mucho menos por qué, pero es algo tan palpable como inconsciente. ¿Cómo has llegado a ese extremo? ¿Cómo no te has dado cuenta de lo que te ha llevado ahí si las pistas eran tan evidentes? Utiliza tu mente antes de que la pierdas por completo y piensa qué ha provocado esta situación. Inténtalo, recuerda…
Hace tan solo una hora que os conocisteis, en la estación, donde habíais quedado. Un día habías encontrado su mensaje en el buzón de tu cuenta de una página de contactos. Estaba bueno, no puedes negarlo, aunque su forma de hablar no denotara una gran cultivación. De hecho, era lo que menos te importaba ya que se trataba simplemente de echar un polvo, ¿no? Algo menos de estatura de la que te habías imaginado y, para tu regocijo, también algo más de pelo en la cabeza. Y lo primero que pensaste es que unos centímetros más o menos en la postura horizontal no se notan, pero agarrarte del cabello en el momento cúspide del acto sí que te encendía la libido y un escalofrío de placer recorrió tu interior desde el pubis hasta la garganta.
No pasasteis del ascensor donde allí mismo te empezó a besar con desesperación, mordiéndote los labios, encendiendo ese fuego que creías perdido hasta el olvido. Os desnudasteis al lado del sofá y allí mismo os descubristeis a base de tacto apresurado, os bebisteis los suspiros y su boca tapó tus gritos. No dejó que hicieras nada pese a que tus actos se te disparaban con ansiedad, y eso ya debió de alertarte, tanto control desde el principio. Lo mismo que la cena que siguió después. Él iba sacando al salón y dejando encima de la mesita plato tras plato de aperitivos, bocaditos que te hacía comer en el orden y la cantidad que él había establecido, indicándote incluso cuándo debías de beber. Una alarma pugnaba por manifestarse en tu cerebro, pero no la dejaste, ahogada por el vino que no acostumbras a tomar. Estabas alegre, la conversación se desarrollaba por el camino que él iba trazando y pese a que no tenías hambre, te lo comiste todo y aún no teniendo sed, te acabaste hasta la última gota de las tres copas que te sirvió, sentada en el sofá, con su camiseta y sin nada más debajo. Hace tanto tiempo que no te sentías sexi a los ojos de nadie… ¿Y cómo te encontraste con aquel cigarrillo liado en la mano aunque hiciera dos años que no fumabas? ¿Hasta tal punto dominó tu deseo que hizo que lo pidieras intuyendo que lo que había dentro no era tabaco? ¿Qué te ha puesto dentro de aquel papel? Ooohhh… ahora empiezas a verlo claro… ¿qué te han puesto?
Sigues tumbada sobre la espalda, y sigues sin poder mover un solo músculo aunque la mente sigue trabajando con lucidez, demasiada lucidez incluso. El resto del mundo, lo que está fuera de tu cabeza se desdibuja, jirones de pensamientos vuelan al aire alrededor de tu cabeza y tardas en darte cuenta que no estás sola en la habitación. Lo que al principio parecían sombras ahora se concretan en cuerpos. Primero uno, el de él a tu lado en el sofá. Alargas la mano, pero no lo alcanzas, al contrario… se aleja en una visión distorsionada y con efecto de túnel, pero sí ves claramente que tiene el teléfono en la mano y que está escribiendo. ¿O es marcando?
Cierras los ojos y lo oyes hablar, bajito y casi en susurros, pero no le entiendes. Y no crees que tenga nada que ver con lo que te has tomado, simplemente no sabes en qué idioma lo está haciendo. Tienes la certeza de que algo no marcha bien, que te has buscado lo que te está pasando, lo que te va a pasar… ¿pero qué es exactamente lo que te va a suceder? No lo sabes, no imaginas qué haces tú allí, qué plan tienen para ti, por qué tú y qué buscan de ti, por qué se ha llenado la habitación de otras sombras que hablan a tu alrededor, entre ellos, de tu persona, como si tú no estuvieras, con esa falta de respeto que nace del que se crean que estás dormida o, mucho peor: sin sentido.
A ratos cierras los ojos, o te das cuenta de que los tienes cerrados desde hace un tiempo indeterminado, y cuando vuelves a abrirlos no hay nadie, ni siquiera él está en la habitación, y no puedes arrancar de tu cerebro la evidencia de que de un momento a otro va a suceder lo terrible, lo espantoso, lo irrevocable, aunque no tengas ni puñetera idea de qué es. Sólo sabes que es lo peor que te pudiere suceder. Sin embargo, otro pensamiento paralelo se está adueñando de tu mente, se va haciendo un hueco a empujones y creciendo a medida que el primero desaparece: estás dormida, sí, es eso lo que está pasando. Cerrarás los ojos y cuando los abras no verás aquel aparato de calefacción y aire acondicionado sobre ti, ni los agujeros en el techo blanco que circundan las luces halógenas, ni la escalera que, un poco más allá, sube al piso de arriba, lugar que no has visitado y que ahora parece que no vas a visitar jamás. Cuando los abras verás la cortina de tu habitación que disimula la ventana que da a la calle, verás el mueble que rodea tu cama y que tanto te gusta porque está repleto de armarios, estanterías y lugares donde guardar todas tus cosas, toda tu vida… Y verás la semipenumbra en la que, seguramente, te dormiste con un libro en la mano, como te sucede cada noche.
Estás en estos pensamientos, esperando que acontezca lo evidente, cuando se abre la puerta del salón y aparece él de nuevo, fresco tras una ducha, el aliento a mentol y vestido de una excitación que no le has visto en vuestra anterior aventura. ¿Y cómo sabes todo esto? Te lo estás preguntando sin encontrar respuesta lógica como, de hecho, te lleva sucediendo toda la noche, cuando se recuesta sobre ti y, al oído, te pregunta: ¿quieres más? ¡Cómo vas a querer más! ¡No puedes mover ni un solo músculo y se atreve a preguntarte si quieres más! ¿Hace tan sólo unos momentos la habitación estaba llena de gente hablando un idioma incomprensible para ti y este tío sólo piensa en follar de nuevo? ¡Pues claro que no quieres más! Lo único que quieres es que te lleve a tu casa, que te dé el antídoto a lo que sea que te hayas tomado y que te devuelva a una certeza segura, a la cotidianeidad, a la monotonía de tu vida sin sexualidad y sin ni siquiera sensualidad.
Y oyes de tus labios: ¡Sí, sí, sisisisisí, dame más, quiero más, dámelo todo!
Nooo, ¡joder! No lo quieres, esto no puedes haberlo dicho tú. Te han dado una droga que te hace decir lo que ellos desean que digas, pero que no se le ocurra subirse encima, que sería una violación, ¡por dioosss! Lloras, gritas y suplicas en el más absoluto de los silencios mientras sientes, impasible, como él, de una manera impune, se recuesta encima de ti y te introduce el miembro en tu sexo que, incomprensiblemente está chorreando al contrario de lo que deseas.
En tu fuero interno gritas: no, no, no, no, no y tus labios dicen sí, sí, sí, sí, sí, gritándolo, anhelándolo por cada poro de tu piel aunque no sea eso lo que quieres decir.
Acabas de empezar el camino hacia el infierno, cerrando fuertemente los ojos entras en un túnel de velocidad y sinsentido, o más bien el túnel es el que viene hacia ti, desmesuradamente, envolviéndote de luces, sonidos y sensaciones que activan tus sentidos. Quieres gritar y no puedes, mas sin embargo tu boca se abre y deja salir sus emociones: muy abierta, la cabeza echada hacia atrás, las manos buscando algo donde agarrarse y encontrándolo en un cojín cerca de ti, cojín que atraes y con él tapas media cara, dejando únicamente la parte de la respiración para poder sobrevivir. Y de este modo, ríes, lloras, gritas, y pides, de una manera indecente, más, más, más… No crees hacerlo, pero tus gritos van in crescendo hasta convertirse en alaridos. Él te tapa la boca y es en ese momento en el que sabes que vas a morir, que no vas a poder respirar, que tu siguiente soplo depende únicamente de que te liberes. Que liberes tu cuerpo de su penetración, que liberes tu mente de ese estado de alucinación al que te ha llevado lo que te haya dado, que liberes tu atención de lo que te está pasando y estás sintiendo para poder observar y además entender lo que está sucediendo un poco más allá de su espalda, en segundo plano. Porque no estás segura, pero crees percibir que la habitación no está en reposo, que hay otros movimientos, escenas que lo que estás sintiendo con las embestidas lujuriosas y los gruñidos que salen de su boca no te están dejando concretar.
Tu bolso, ¿dónde está tu bolso? Viene a tu mente la documentación, las tarjetas, tus cuentas, el incremento que en ellas ha habido debido a lo que tu padre te ha dejado tras su muerte… ¿Es posible que todo esto se haya montado tan sólo por dinero? No, no es posible, no te lo puedes creer. Una arcada viene a tu boca, en realidad a tu mente ya que tu boca, seca tras tanta bocanada de aire atrapado con desesperación, sigue soltando jadeos, rugidos y gritos.
La segunda vez que él te la cubre con su mano, sueltas el cojín y alargas el brazo, palpando, buscando algo con lo que poder acabar con el dominio, con la falta de oxígeno, antes de que esta misma acabe por hacerte perder el sentido…
Saliste del apartamento en silencio, no quisiste bajar más en aquel ascensor, donde todo se había iniciado, lo hiciste por las escaleras. No se cruzó contigo persona alguna. Tuviste suerte, la puerta principal del edificio se encontraba abierta y el conserje mirando la pantalla del televisor en el momento de cruzar el habitáculo previsto para recepción. Estaban jugando la final, no viste ni el monitor, ni los jugadores, ni siquiera te llegaban los sonidos lo suficientemente claros, pero tú lo supiste, inconscientemente.
Las manos metidas en ambos bolsillos de tu abrigo que no recordabas ni cómo ni cuándo te habías puesto. Sin mirar cruzaste la calle. Dos coches estuvieron a punto de arrollarte. Te quedaste sorprendida en medio de la calzada, los ojos mirando sus faros pero viendo más allá de ellos, sin entender…
Dos minutos caminando y el parque apareció frente a ti. Dos minutos más y viste un banco. Decidiste dirigirte allí. Sacaste tus manos de los bolsillos. Hacía frío, el tiempo entre el otoño y el invierno siempre es incierto. Te restregaste los ojos, palpaste tus mejillas y las notaste pegajosas. Miraste tus manos y fue en ese momento cuando advertiste que estaban cubiertas de sangre… Es más, por más que piensas no recuerdas qué haces allí, de dónde vienes, por qué debajo del abrigo notas que estás desnuda, y la pregunta más inquietante: ¿quién eres? Tienes un sueño tremendo, pero no es hora de dormir. Cabeceas, se te nubla la vista, pero tu cerebro te habla, te grita: no duermas… ¡piensa, piensa!
Tus pulmones están a punto de reventar, la boca no puede recoger ese aire precioso que precisas para seguir viva, el corazón sigue latiendo, muy fuerte, lo sientes en la garganta pero no sabes por cuánto tiempo más. Sueltas el cojín y palpas a tu alrededor. La niebla sigue enmarañada a tu cerebro, pero empieza a disiparse, lo justo para hacerte reaccionar y buscar algo, no sabes el qué, pero estás segura de que lo reconocerás en cuanto lo encuentres. Miras a tu alrededor y la habitación se ha vaciado dejándoos únicamente a vosotros dos.
Tocas un trozo de piel, una cinta. Tu bolso, el asa de tu bolso. No del todo, pero tu mente lo acepta sin más preguntas mientras tus dedos siguen inspeccionando, explorando lo que pueden abarcar con su radio de alcance. En un momento dado recapacitas y consideras la opción de registrar dentro, seguro que algo de lo que llevas puede resultar reconocible e incluso útil. ¿Pero útil para qué? ¿Qué pretendes hacer con eso que puede ser que encuentres?
Venga, que lo estabas haciendo muy bien, no te vuelvas a desorientar, resuelve algo antes de que tu mente vuelva a extraviarse por completo… Y con un pequeño rayo de lucidez introduces la mano dentro de la bolsa y palpas, pero esta vez con la cordura suficiente para dar forma a lo que te vas encontrando. Como si de una invidente te trataras, los sentidos se agudizan en la punta de tus dedos, las redondeces de lo que has alcanzado, el tacto frío del metal, la fuerza con que lo afianzas, el cuidado con el que lo extraes del trozo de tela en el que se halla para no dejarlo enredado dentro, la cabeza cada vez algo más lúcida, simplemente pensando en utilizarlo, en hacerlo servir para tu fin, en librarte de aquella mano, en respirar…
Habiendo reconocido lo que tienes en la mano, asido con fuerza y de la forma correcta, sólo hay una manera de utilizarlo…
…Y lo haces. Y vuelves a vivir…
Sigues sentada en el banco del parque, sin notar el frío que te entumece los músculos, sin notar el vaho que sale de tu boca dispersando tu aliento en partículas húmedas a tu alrededor. En tu mente se han esclarecido los hechos, recuerdas lo que ha sucedido de una manera clara y concisa, aunque nadie puede asegurarte que lo que has vivido sea auténtico y no creado por una mente en estado esquizofrénico. No hay otra forma de averiguarlo que volviendo al escenario del delito, ese delito que temes haber sido capaz de cometer, teniendo cada vez menos claro que haya un atenuante de defensa propia siquiera. No te atreves a seguir pensando, los recuerdos que se van dibujando en tu mente te sorprenden en forma de puñalada y temes volver a encerrarte en ese rincón de tu cerebro antes de hacer lo que debes hacer.
De camino de nuevo al apartamento, vuelves a pasar al lado del conserje y esta vez ves claramente que se ha quedado dormido, la silla delante de la pantalla de la tele, la cabeza sobre el pecho con esa expresión atontada del que sucumbe donde no debe y en el momento menos oportuno, con su hilillo de baba cayendo de la comisura y empapando la camisa. Sorprendentemente, su respiración acompasada de ronquidos relaja tu ánimo y te confiere una resolución antes no presente. Subes lenta y decididamente. La puerta del apartamento continúa abierta tal y como la dejaste hace unos minutos. ¿O han pasado horas?
Tropiezas con un objeto y al mirar hacia abajo reconoces tu bolso tirado en medio del recibidor, aún abierto y con el forro medio extraído. No recuerdas cómo lo has dejado ahí, seguramente, deduces, arrastrando o enganchado a tu brazo. Unos pasos más adelante empiezas a ver el reguero. Gotas que marcan una senda de muerte. Te embarga esa paz que nace de la evidencia y la aceptación. Sólo falta un punto para la resignación, y éste está detrás del umbral de esa puerta. Unos pasos más y el escenario que tu mente ha ido despejando en tu recuerdo, arrancando los jirones del olvido, se mostrará ante tus ojos.
Franqueas la puerta y tu presencia se hace patente en el salón, desprendida ya la última brizna de sopor que pudiera haber maleado la realidad en tu pensamiento.
Y lo ves…
Él está sentado en el sofá, desnudo, tomándose impunemente un tazón de leche con cereales, sin sorprenderse ni de que te hubieras ido a la estampida ni de que hayas vuelto por donde saliste. El ser que tan solo hace unos minutos ¿o han sido horas? ha abusado de ti sin contemplaciones, drogándote y distorsionando tu mente creando personajes, sombras que conspiraban contra ti, haciéndote padecer un terror indescriptible como jamás habías experimentado, un pavor a lo desconocido y un miedo a la muerte… Sonríe y hace un comentario soez sobre cómo has chillado hace un rato.
Una rabia brota de lo más profundo de tu pecho y sube hasta tu garganta en una ola amarga de rabia e ira. Metes mano en el bolso y notas de inmediato el objeto que tu mente difusa creyó, hace unos momentos, haber utilizado ya. Lo afianzas y te diriges lentamente hacia él, en tus ojos una mirada de venganza inexplicable…
© Texto: Mónica Escobar
© Publicación: Solo Novela Negra
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