5 Jotas de Paco Gómez Escribano por Txema Arinas
«5 Jotas” es la entrega del 2020 de Paco Gómez Escribano, versado escritor del género que nos ocupa en SOLO NOVELA NEGRA con novelas como Yonqui (2014), Lumpen (2015), Manguis (2016) y Cuando gritan los muertos (2018). PGE ambienta todas estas novelas en el barrio madrileño de Canillejas, verdadero territorio mítico que se dice en esto de la literatura al estilo de los famosos y ya recurrentes condado de Yoknapatawpha de W.Faulkner o el Macondo de G. García Márquez, si bien, y puesto que hablamos de novela negra, la comparación más ajustada sería con el barrio chino barcelonés de F. González Ledesma e incluso con el Edimburgo de Irvine Welsh, insisto que por comparar más que nada, en concreto con autores que apreció tanto como el propio PGE.
Un territorio mítico, esto es, propio, exclusivo, el cual, según el canon al uso, no suele ser tanto, o al menos no tiene por qué serlo, el espacio geográfico concreto al que se refiere su nombre como ese otro que el autor tiene en su cabeza y que corresponderá más o menos a ese otro real según le venga en gana a él. En cualquier caso, estimo que el Canillejas que aparece en las novelas de PGE ha superado ya con creces la descripción exclusivamente sumaria de sus calles, y sobre todo el retrato de la especial sociología de sus vecinos con esa mochila al hombro que supone, quieras o no, haber nacido en un barrio de currelas y no pocos marginados, un barrio de un extrarradio que con el tiempo parece serlo más en lo social que en lo físico por una mera cuestión de renta, esto es, el retrato a la vista de cualquiera que lo habita, o quiera darse una vuelta por allí, para pasar a formar parte del imaginario del lector por sí mismo, esto es, al margen del verdadero Canillejas, claro que esto siempre visto desde la distancia, sin haber pisado nunca el barrio, y con el único propósito de subrayar la capacidad del autor para elevarse sobre la pejiguera esa de la realidad, sea o no ese su propósito.
Así pues, las cuatro primeras entregas de la serie dedicada a Canillejas (Yonqui, Lumpen, y Manguis) se me antojaron un escalpelo hendiendo la muy particular sociología del barrio que nos ocupa, siquiera también en su historia a tenor de la diferencia cronológica que hay entre una novela y otra, entre generaciones. Un retrato descarnado y certero de un entorno, y sobre todo de unas gentes, que habría quedado en un tremendismo más que manoseado. Sin embargo, PGE ponía a disposición del retrato de sus primeras novelas sobre Canillejas, no solo la ventaja de ser natural del barrio y por lo tanto conocedor de primera mano de todo lo que salía de su pluma, esto es, no de oídas como habría sido el caso de haber venido de fuera al estilo de un explorador que levanta acta de lo que cree ver, cuando no solo de lo quiere ver, sino también, o sobre todo, un extraordinario instinto literario tanto para captar el habla natural, genuina incluso en su expresión generacional, de sus personajes.
Un instinto que también lo faculta para imprimir un ritmo trepidante al relato sin caer en la vulgaridad de querer complacer al lector haciéndolo más fácil la lectura resolviendo la trama, en algunos casos de sus primeras novelas apenas perceptible pues se trataba más de descripción de ambiente y personajes que otra cosa, con fuegos de artificio del tipo cifrarlo todo a los diálogos en exclusiva, centrarse en la pura y dura anécdota más o menos chusca a la par que resultona, o en la acción cuando más apabullante, adrenalínica mucho mejor.
No señor, pues si por algo cautiva el estilo de PCG es tanto por lo escrupulosamente trabajado de su escritura -insisto en destacar los diálogos y en general la ironía, incluso el sarcasmo, que acompaña la mayoría de sus textos- como en el lirismo, digamos que macilento, por recurrir a un epíteto que nos remita un tipo de belleza sin aparente color y que inspira tristeza más que otra cosa, el cual impide catalogar estos listos como simples productos de su género. De ningún modo, la obra de Paco Gómez Escribano es literatura con todas las letras por muy desagradable o vulgar que le pueda parecer su contenido a los estirados que miran estas cosas de los libros siempre con el ceño fruncido en la convicción de que lo que ven no se ajusta a los cánones al uso sobre lo excelso como resultado único y exclusivo de sus prejuicios.
Ni más ni menos que lo que acostumbraban a hacer los críticos anglosajones con las novelas de Irvine Welsh hasta hace cuatro telediarios, o los gabachos otro tanto con los de Virginie Despentes hasta que al final tuvieron que ceder a la evidencia; ni más ni menos que lo que llevan haciendo los de su casta con otros tantos autores desde el comienzo de los tiempos (habría que saber, o mejor dicho, recordar, lo que pensaban los doctos de su tiempo acerca de textos en principio tan populares y sobre todo perturbadores o irreverentes como La Celestina o el Lazarillo de Tormes).
En cualquier caso, y tras diseccionar a conciencia su barrio y sus gentes, PGE dio un salto dentro del propio género con su paso a la reputada editorial Alreves, en concreto con su novela Cuando gritan los muertos, la cual ya reseñé en su momento en esta misma revista: https://www.solonovelanegra.es/cuando-gritan-los-muertos-resena/ . En esta novela, y aquí sé que voy a simplificar mucho, PGE abandonaba de alguna manera el retrato puro y duro de Canillejas y sus gentes, retrato sociológico o antropológico si se quiere, a través de las peripecias delictivas o meramente chungas de sus personajes, para centrarse en desarrollo de una trama negra al uso -yo escribí que la versión cheli de un delicioso western clásico- al gusto del lector medio del género, ese que ante todo busca tramas que lo atrapen y poco más que entretengan durante lo que dura la lectura del libro, que lo sorprendan incluso.
PGE salió más que airoso de ese salto desde el costumbrismo negro al estilo de las pelis de Eloy de la Iglesia a lo más canónico del género negro. Pero, por fortuna, tanto en esa penúltima novela como en la última que voy a comentar a continuación, consigue no abandonar la esencia de lo negro para caer de lleno en lo policial, gracias precisamente a sus ya ponderadas dotes como escritor, ya sea por ese uso certero del habla popular, da igual si de su barrio o del castellano de Madrid más o menos neutro, un ritmo que ahora parece más pausado y acaso también por ello cada vez más acorde con la trama, y, por supuesto, el tono irónico, descreído y todavía vitriólico, con el que sigue diseccionando la realidad, ya no solo de Canillejas y sus gentes, sino del conjunto de la España contemporánea, en el fondo tan pícara, chapucera y hasta estamental como la de cualquier otra época anterior.
Pues bien, en 5 Jotas Paco Gómez Escribano sigue por la misma senda de la novela negra más canónica, en este caso alrededor de un atraco un tanto peculiar cuya gestión, realización y consecuencias narra con la maestría que se espera de él, esto es, con su peculiar y muy reconocible estilo. PGE no abandona Canillejas, al menos no del todo, no tanto porque parte de la trama se desarrolla en él, o más en concreto en la tasca del Félix, como porque sus personales principales, el Banderines y el Charly son del barrio y, como bien destaca al final del libro, lo llevan en la piel y no se lo pueden sacar de encima porque es todo lo contrario de esos barrios bien que describe como “Es un barrio envasado al vacío, liofilizado, pasteurizado, desinfectado, un barrio cuya atmósfera hace que sus habitantes camines por sus calles con sus sonrisas prefabricadas, como si vivieran en la banda sonora de Sonrisas y Lágrimas”.
Sin embargo, y como ya apunta la cita, la trama de 5 Jotas no se circunscribe a Canillejas en su mayor parte como en las otras novelas, sino que amplía su radio de acción a otros barrios de Madrid, incluso a otros ámbitos como el del mundo empresarial del jamón de pata negra objeto de la rapiña de nuestros protagonistas, y, en esta novela más que en ninguna otra, al entorno policial que hacia el final de la novela se encarga de encontrar a los responsables del atraco. De ese modo, PGE aprovecha para construir, siquiera ya solo esbozar, un personaje, el del capitán Salgado, el cual, a mi entender, resulta -al menos yo creo haberle visto un potencial para ello, eso si hubiera tenido más presencia en la trama-, tan interesante como el de los dos protagonistas antes citados.
Sin embargo, no se puede negar que el verdadero protagonista de la novela no es otro que Arrieta, el Banderines, antiguo vecino del barrio y politoxicómano y mangui reconvertido a ratos en Nora, un imponente travesti que durante un tiempo intenta ganarse la vida honradamente vendiendo a domicilio jueguecitos eróticos para amas de casa aburridas de clase media-alta. El Banderines, con su especial personalidad, ya sea por lo que tiene de idiosincrásica del entorno de ha crecido, y en especial por su innata inteligencia muy por encima de la media de los que lo rodean y sus peculiares circunstancias familiares, es sin lugar a duda el personaje con más visos de heroicidad, entendida esta en el sentido clásico de la literatura, a lo Ulysses y así, que ha salido de la pluma de PGE, puede que hasta el nexo principal que une la trama exclusivamente policial de 5 Jotas con el territorio mítico del autor, ese que, por muy bien trabada e interesante que esté toda la trama alrededor del robo de los jamones.
PGE no puede, no debe, abandonar Canillejas siquiera como referencia, pues se trata al fin y al cabo del marchamo de la casa. Dicho lo cual, no queda otra que establecer que 5 Jotas es un excelente ejemplo de literatura negra, original y entretenido como pocos, el cual, sin embargo, me temo que no tendría esa excelencia que yo distingo siempre sino fuera porque eres consciente en todo momento de que están disfrutando del estilo tan peculiar y sobre todo auténtico de Paco Gómez Escribano, porque reconoces sus personajes como exclusivos de su autor y la escritura que te guía a lo largo de la trata es la misma que ya te ha cautivado en anteriores entregas. ¿Qué significa esto, que sin la mano privilegiada de PGE 5 Jotas sería una mera novela policial donde lo negro quedaría muy diluido entre estereotipos de manguis con aspiraciones, peristas chungos casi por oficio metidos a empresarios y otros que lo son de verdad, así como sabuesos policiales con su desencanto existencial a cuestas? Pues puede que sí, que servidor intuya que el buen oficio de PGE es más que suficiente para ofrecer una novela de género tan redonda como la que nos ocupa, al fin de cuentas, insisto, la trama atrapa y la escritura satisface una vez más con creces; pero, ¿y si toda la potencialidad narrativa que uno percibe en PGE se estuviera limitando, no me atrevería a decir que lapidando, en la confección de tramas exclusivamente policiales, si esa capacidad ya demostrada para ahondar en la sicología de determinados personajes y describir ambientes y situaciones con un estilo propio fácilmente reconocible, lo cual puede que sea en resumidas cuentas el meollo de eso que llamamos literatura, todavía estuviera por dar algo más grande, algo que no fuera un simple salto de casilla sino uno hacia quién sabe qué cumbre?
En cualquier caso, una impresión, más que opinión, que no resta valor alguno a la última novela de PGE, como que reconozco que es precisamente el entusiasmo, como consecuencia de una lectura verdaderamente gozosa, el que me lleva a tomarme la libertad de retar a su autor para que en la siguiente no se limite a entretenerme, que me sorprenda de veras. Algo que, siendo como es un atrevimiento hasta cierto punto fuera de lugar por lo que tiene de decirle de al autor cómo o el qué debería escribir, también hay que reconocer que no deja de ser una libertad que me tomo en mi condición de devoto seguidor, y todo ello a riesgo de que me mande, con todo el derecho del mundo, a tomar viento por ahí, dicho ya muy a lo finolis.
©Reseña: Txema Arinas, 2021.
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