5 consejos espirituales para escritores de literatura negra

Hay recuerdos que todos los escritores guardamos en la memoria. La increíble sensación de poner el punto final en un manuscrito. La visión de ese primer libro recién llegado de la imprenta, cuando pensábamos que en una semana se acabarían todos los ejemplares y seríamos ricos y famosos (el tiempo se encargó de darnos nuestra dosis de realidad y humildad). El primer elogio de un lector (no relacionado con nosotros por ADN, amistad o la casa editorial).

Poco después de publicar mi primer libro me contactó una joven. Estaba en la secundaria y le había encantado la historia. La razón para escribirme fue contarme que su maestra de español les había asignado hacer una presentación sobre uno de sus libros favoritos y ella decidió hacerlo de ese primer fruto de mi imaginación. Yo estaba extasiado, como se podrán imaginar. Le di algunos datos que podrían serle de utilidad en su tarea (que no eran de conocimiento público) y quedó en escribirme para contarme como le había ido.

Cuando varias semanas después recibí un correo y vi que era de la joven, lo abrí esperando… bueno, no sabía que esperar. A medida que lo fui leyendo, el corazón se me fue al piso al darme cuenta de lo que relataba.

En pocas palabras, ella hizo un excelente trabajo (el libro en cuestión, “El Efecto Maquiavelo”, involucra un médico que asesinaba embarazadas y una conspiración en un hospital). Al terminar, muchos de sus compañeros querían leer el libro. El problema no fueron los jóvenes, fue la maestra.

La docente no había leído el libro, no se preocupó en averiguar un poco más. Se basó en la portada, el nombre, el resumen y llegó a una conclusión. Sus palabras más o menos textuales fueron que “dejara de leer ese tipo de libros porque se iba a volver loca”.

¿En serio? Una persona en su sano juicio llegó a pensar que el libro volvería loco al que pusiera sus ojos en sus páginas, como la trama de “La boca de la locura” de John Carpenter (creo que en España se llamó “En la boca del miedo”). Olvidemos el principio de no juzgar un libro por su portada o, en nuestro caso, una trama por su género. Si tenía dudas, lo menos que pudo hacer era leerlo y dar una opinión crítica. En su lugar tachó a una joven estudiante, que decidió leer un libro de 400 páginas por su cuenta, de loca y a otra cosa mariposa.

No es el único ejemplo de actitudes similares que me he encontrado en el camino (y estoy seguro de que muchos de los que leen este artículo han pasado por sinsabores similares). Desde la mirada despectiva de alguien que acaba de descubrir que escribes “esos libritos de crímenes” a la del crítico que, sin leer una sola página, juzga que la juventud tiene mejores lecturas en que invertir su tiempo, tras lo cual seguirá todo un listado de “clásicos” que muchas veces ni ellos mismos han leído o que no merecen estar allí, en remplazo de otros con mayores méritos (en otro colegio, una profesora sugirió que Edgar Allan Poe y H.P.Lovecraft no eran literatura universal, pero Paulo Coelho sí. No tengo nada en contra de Coelho, pero si él merece estar en ese listado, los autores de “El Cuervo” y “Cthulhu”, también).

¿En qué momento un libro merece ser llamado literatura y otro no? ¿Por qué todavía consideran a la literatura negra como un género menor? Algunos “expertos” mencionan a los personajes. Que son superficiales, sin interés o alma. Puedo aceptarlo si se refieren a libros más antiguos. Las obras de Agatha Christie no se enfocaban en desarrollar a sus personajes, sino en el misterio. En cómo presentar las pistas y resolver el crimen. Los libros modernos tienen personajes profundos, llenos de demonios y traumas. Son una parte importante del todo y, por lo general, son trabajados con maestría por muchos escritores. Otros dicen que el problema es la temática y arguyen que la violencia y la literatura no son compatibles (¿Alguna vez leyeron “MacBeth” o “Romeo y Julieta” de William Shakespeare? ¿“Edipo Rey” de Sófocles?). Unos pocos le echan la culpa a la prosa. Dicen que los escritores criminales son “muy directos”. Que no juegan con la palabra o usan vocabulario muy sencillos (Mario Vargas Llosa, ganador del Premio Nobel de Literatura 2010 y del Premio Cervantes 1994, es tanto el creador de “La ciudad y los perros” como de “¿Quién asesinó a Palomino Molero? ¿Se supone que Vargas Llosa movió su pluma cual pincel cuando escribió “¿La Fiesta del Chivo”, pero la cambió por una brocha al garrapatear “Lituma en los Ándes” (su segunda novela negra)?

Hechos como los descritos me suben la presión arterial y provocan que un instinto homicida me invada. Afortunadamente mi cerebro primitivo tiene poco control sobre mis manos y todavía no tengo deseos de escribir un libro desde la perspectiva más realista posible. Sin embargo, todos tenemos nuestro punto de quiebre. Para esos momentos, cuando su Norman Bates interno le susurra al oído que busque el cuchillo más cercano, le dejo estos consejos con la esperanza de que logre frenar el agarre de sus dedos sobre la empuñadura a tiempo.

  1. Si conoces el camino, no te desvíes. Aprende, mejora, pero haz lo que sientes. Es lo correcto

Patricia Highsmith publicó en 1950 su primera novela “Extraños en un tren”. Fue bien recibida por lectores y críticos, pero lo que la terminó de lanzar a la fama fue la adaptación un año después del mencionado libro por nada menos que Alfred Hitchcock. La película fue un éxito y la reputación de Highsmith se benefició por añadidura. Lo que muchos no saben es que Hitchcock le encargó el guion a Raymond Chandler. Su nombre aparece en los créditos, pero más por el renombre que por una contribución real. Ni siquiera fue la primera opción del afamado director. Por citar solo algunos nombres, John Steinbeck y Dashiell Hammett consideraron la oferta, pero al final la rechazaron, cayendo la responsabilidad final en el regazo de Chandler. Solo me puedo imaginar la obra de arte que pudo salir de haber trabajado en conjunto y con el merecido respeto estos dos íconos. Lamentablemente, la realidad se impuso. Chandler y Hitchcock no se llevaban y aun cuando Chandler hizo su trabajo y escribió la primera adaptación del libro de Highsmith y luego una segunda, Hitchcock decidió ignorar la mayor parte de sus recomendaciones y le dio el trabajo a otra persona (Czenzi Ormonde) quien, junto a la esposa de Hitchcock, trabajó el guion final. Cuando el autor de “El largo adiós” pudo leer por fin el manuscrito oficial, su respuesta no se hizo esperar.

Chandler pudo quedarse callado. Su nombre saldría en los créditos de una película de Alfred Hitchcock y la trama era garantía de un éxito casi seguro. Sin embargo, Chandler escribió una nota donde aceptaba que podía comprender si el director encontraba faltas en una u otra escena, ya fuera por ser muy larga o complicada. Lo que Chandler no podía comprender era cómo permitió que “un guion que tenía algo de vida y vitalidad fuera reducido a una masa amorfa de clichés, personajes sin rostro y el tipo de diálogo que a todo guionista se le enseña a no escribir – el tipo donde todo se repite dos veces y no deja nada implícito para el actor o la cámara”. Por si no fuera suficiente, agregó: “sin importar que mi nombre aparezca o no en los créditos, no me preocupa que alguien pueda pensar que escribí esa basura. Sabrán muy bien que no lo hice. No me hubiera molestado en lo más mínimo si hubieran escrito un mejor guion – créame, así sería. Sin embargo, si lo que quería era algo escrito en leche descremada, ¿por qué razón se molestó en buscarme en primer lugar? Qué desperdicio de dinero. Qué desperdicio de tiempo. No se puede decir que fui bien pagado. Nadie puede ser pagado de una manera adecuada po
r hacerle perder el tiempo”.

La película recibió apreciaciones muy variadas, inclinadas más hacia el lado positivo de la balanza, pero mi corazón llora por lo que pudo ser. Patricia Highsmith tampoco se quedó atrás. Era menos conocida en ese momento, por lo que no criticó la película y dijo que estaba “complacida, en general” con el resultado. Años después cambiaría su opinión y criticaría varios de los cambios hechos al libro, incluyendo modificaciones notables a la trama que van más acorde con la idea de Chandler. Si quieren saber cuáles, lean el libro y después vean la película. Los cambios serán notables desde muy temprano. Se los prometo.

  1. Todo lo que vale la pena tiene un precio que debes estar dispuestos a pagar

Vera Caspary fue una escritora norteamericana con más de una veintena de libros, muchos de los cuales caen en el ámbito de la literatura negra. Sin embargo, su obra más celebre “Laura” (1943) también fue llevada al cine. El encargado fue Otto Preminger quien, tras una carrera algo escabrosa, logra su primera nominación al Óscar con esta adaptación. Cuenta Caspary en sus memorias que en 1944 estaba cenando en el Club Stork cuando entró Preminger y sus primeras palabras hacia la mente responsable de la obra que lo lanzó al estrellato fue recordarle que el mayor éxito del año fue el guion que ella criticó. En aras de la honestidad, Caspary odió el guion de su libro (lo llamó el peor contrato jamás firmado, pues le daba libertad al director de modificar su libro como le pareciera adecuado). Hoy en día no es algo extraño y hemos visto horribles adaptaciones de excelentes libros, pero para Casapary fue algo terrible. El dinero del adelanto ayudó a financiar su carrera, por lo que no pensó demasiado lo que estaba haciendo. Preminger redujo la compleja personalidad de Laura, la joven asesinada de un tiro en la cara, a una versión muy acorde con Hollywood. Sencilla y hermosa, pero superficial.

El guion final fue mejorado en opinión de la misma Caspary, pero el comentario de esa noche provocó un altercado que casi terminó en una pelea (lo que hubiera ido muy acorde con la temática del género en la década de los cuarenta). No pasó a mayores y al final Caspary pudo seguir escribiendo los temas que le gustaban, con el éxito de “Laura” ayudándola en el camino. Sin embargo, dejar su creación en manos de alguien con patente de corso sobre su adaptación, es invitar al desastre. Vera Caspary, más por necesidad que por convicción, aceptó el riesgo. Un recordatorio que, si algo vale la pena, también vale el peligro que representa perseguirlo y que tenemos que estar dispuestos a aceptar las consecuencias. Si dejáramos de escribir ante la primera crítica o el primer obstáculo, muchos no pasarían del primer libro y grandes tesoros literarios se perderían en el proceso.

  1. Jamás pierdas la paciencia hablando con una piedra. Solo te verás ridículo y no la harás cambiar de opinión

Edmund Wilson, el escritor y crítico estadounidense, publicó un artículo en el The New Yorker (Octubre 14, 1944) titulado “Why do people read detective stories?” que se puede traducir como “¿Por qué las personas leen historias de detectives?”. Wilson reconoce en las primeras líneas que casi todos sus conocidos leían ese tipo de historias y que empezaba a sentirse excluido de las conversaciones. El género se estaba volviendo tan popular que las revistas estaban contratando editores especiales tan solo para poder lidiar con el volumen producido. Ya que Wilson tenía un conocimiento muy limitado del género (sus lecturas se reducían a los primeros relatos de Sherlock Holmes y a los de G.K. Chesterton, donde los primeros le gustaron y los segundos, no), decidió emprender una misión literaria. Seleccionó a los escritores más apreciados por los conocedores y empezó a leer sus últimas novelas. Su primera elección fue “No tan muerto” de Rex Stout, creador del detective Nero Wolfe.

Para resumir, Wilson detectó lo que encontró. En su opinión, era la vieja fórmula de Sherlock Holmes, pero sin la gracia de Doyle (con muy pocas excepciones). Tratando de no ser radical, pasó de Stout a mi mentora Agatha Christie con “La muerte llega al final” y luego a Hammett con “El halcón maltés”. Al final del artículo concluye que el género detectivesco está muerto para él. Que ya dio todos los frutos que podía, que todo lo que viene son variantes de lo mismo y que su éxito radicaba en la solución final. El bien triunfa sobre el mal y el villano siempre fue un villano que cae ante la justicia.

El argumento tiene tantos agujeros que haría palidecer de envidia a un queso emmental. No entraré en detalles, pero la razón por la que incluyo esta historia en mi tercer consejo fue resultado de lo que ocurrió después. A los tres meses publicó un nuevo artículo, una continuación del anterior, en respuesta a las “cartas en protesta, en un volumen y con una pasión hambrienta, que no había visto ni en respuesta a mi ocasional crítica a la Unión Soviética”. Wilson decidió hacer un último intento y retomó el tema, volviendo a leer el género, pero enfocándose en los autores más recomendados por los demandantes y que incluyeron a Dorothy L. Sayers y a Raymond Chandler. El resultado final, en su opinión, fue igual de decepcionante y les pide a los fanáticos que no le escriban más diciéndole que “no ha leído los libros correctos”. Es más, afirma que siete lectores le agradecieron sus palabras, pues los ayudaron a “liberarse de un hábito que reconocían como una pérdida de tiempo y una degradación al intelecto”. Que esos espíritus libres eran “una minoría, pero que la Literatura estaba de su lado. Con tantos buenos libros que leer y tanto que estudiar, no es necesario perder el tiempo con esa basura”.

¿Tienen ganas de extender sus manos a través del papel y el plano espacio/tiempo para poder estrangular al señor Wilson? Es una reacción visceral esperada, pero me lleva al tercer consejo. Wilson reconoce en una de sus cartas que dejó de leer a Sherlock Holmes a los 12 años porque sentía “que ya era suficientemente adulto como para dejar de leer esos temas”. Este inocente reconocimiento ya apunta al corazón del asunto. Desde joven, Wilson sintió que la literatura negra/detectivesca era algo para niños. Una forma de diversión que se debía dejar al crecer, pues en su inconsciente lo relacionaba con inmadurez. No se puede esperar que alguien que piense así tan joven, cambie de opinión con los años. Los libros que cruzaron su camino solo eran un recordatorio de esas lecturas de su infancia que, de una manera voluntaria, abandonó.

La literatura negra ha cambiado (y uso la palabra literatura, igual que Wilson, a propósito). Las temáticas no son tan superficiales y los personajes dejaron de ser solo nombres en un papel (una de las constantes quejas del crítico en sus cartas). Todas las generaciones están llenas de personas como Wilson. Que creen que un tipo de libro merece ser llamado Literatura (con mayúscula) por encima de los demás, por razones varias que ellos consideran válidas. Que consideran su visión del mundo literario como la única forma con valor y todo lo demás, fruto de los intereses del populacho, que no saben distinguir un buen libro de una perdida de tinta y papel.  Cuando usted, querido lector/escritor se encuentre con uno de estos entes con piel humana, no pierda su tiempo y mucho menos desperdicie preciosos ATPs en discutir con ellos (ATP o adenosin trifosfato es la principal fuente de energía de la célula). Asienta, gruña un poco, gestos ambos que pueden ser interpretados de muchas maneras, y aléjese. No lo hará cambiar de opinión y no merece la pena. Siga escribiendo y que sean los lectores (esa masa llena de sueños, ilusiones y ansias de vivir los mundos creados por su pluma) los que decidan.

  1. La miseria adora compañía. No estás solo (y no te dejarán estarlo)

Val McDermid, escritora escocesa de novela negra y creadora del psicólogo Tony Hill, se vio involucrada en un escándalo en el 2007 cuando, en medio de un conversatorio durante la Feria Internacional del libro de Edimburgo, se le preguntó sobre qué pensaba de las palabras de su compatriota Ian Rankin (ganador del premio RBA 2016) que aseguraba que “las novelas más gráficas eran escritas por mujeres” y “que la mayoría eran lesbianas, lo que encontraba interesante”. McDermid, quien reconoce su lesbianismo sin mayores problemas, reaccionó como se esperaba, pero no en contra de Rankin (son amigos), sino en contra de la prensa, que decidió enfocarse en la temática de su sexualidad por encima de todo. Hicieron una selección de las escenas, frases y reclamos más llamativos y los usaron para alimentar el fuego. Una simple conversación vía mensaje de texto fue suficiente para aclarar la situación entre ambos maestros de las letras oscuras, pero los periódicos no se iban a dejar derrotar tan fácilmente. Uno de los titulares el día siguiente fue “LA VENGANZA DE LAS LESBIANAS SEDIENTAS DE SANGRE”. Aun cuando McDermid está considerando hacerse un suéter con ese eslogan, el sesgo no puede obviarse. Otro reportero la acusó de ser particularmente violenta contra las mujeres, por lo que ella revisó sus libros publicados hasta la fecha. En sus propias palabras: “Para ese punto había asesinado a 12 hombres, 12 mujeres y a un transexual. No se puede ser más equitativo que eso”.

No importa lo que escriba, alguien siempre se quejara. Si no es de su forma de escribir, será de la forma como describa a un género, el uso de una palabra o asumirán que la postura de sus personajes es la suya. Escriba, saque sus demonios de su cabeza (los que se queden se comerán su cerebro) y trate de hacerlo lo mejor posible. La mayoría de los lectores lo apreciarán y usted estará satisfecho con el resultado. Escuche las críticas y tómelas como ideas a considerar (la única forma de mejorar es cambiando), pero no se deje destruir por los que solo saben enfocarse en que usted escribe libros llenos de sangre y que no debería estarle permitido acercarse a los menores de edad. A esos nada los hará feliz, aunque decida empezar a escribir libros de autoayuda con títulos como “Mentiras oscuras: el violento mundo de la novela negra y cómo escapé de ella”. Le garantizo que serán usados en su contra, sino por las mismas personas, por alguien más.

Sea feliz y siga cometiendo crímenes (en papel).

  1. Si todo lo demás falla, usa el arma que mejor sabes manejar: tu pluma

Si han escuchado el nombre Edgar Allan Poe, tienen que haber escuchado de uno de sus cuentos más celebres: “El barril de Amontillado”.  Lo que pueden es no conocer la fuente de inspiración para esa historia. Su nombre fue Thomas Dunn English, político, escritor y rival personal de Poe. Sus puyas literarias iban y venían, llegando casi a un punto crítico en 1846, cuando Poe demandó a los editores del The New York Mirror por publicar una historia de English que fue demasiado lejos en su opinión. Ese mismo año, English parece responder publicando una novela titulada “1844” y cuyo tema central era la venganza. Uno de los personajes se llamaba Marmaduke Hammerhead, el borracho, abusivo y mentiroso autor de un libro llamado “El cuervo negro” y que usaba con frecuencias las palabras “Nunca más”. No es necesario ser Sherlock Holmes para ver a quién se refería English y el creador de Auguste Dupin no se quedó atrás. Su respuesta fue escribir un cuento que llamó “El barril de Amontillado”. Fortunato, la víctima que terminará enterrada viva detrás de un muro, hace referencias a los masones, la misma sociedad secreta presentada en “1844” y toda la escena es sacada de un pasaje de “1844” que se desarrolla en una bóveda subterránea. No hace referencia a la persona de English, sino a su obra, enterrándola para siempre. Para ser olvidada como si nunca hubiera existido.

El tiempo le dio la razón.

 

Como pueden ver, este fue mi intento de escribir un artículo de autoayuda. Disto mucho de volverme un éxito de ventas con este pequeño listado, pero creo que muchos de ustedes se identificarán con las situaciones descritas en estos párrafos. Si estas palabras le arrancaron una sonrisa, un cabeceo de asentimiento al sentir un deja-vu o un leve temblor al darse cuenta que muchos escritores reconocidos han tenido que lidiar con sus propios problemas, me doy por satisfecho. Con algo de suerte, el leer estas líneas evitará la aparición de un nuevo titular en las crónicas rojas de su país.

Y cuando todo lo demás falle, recuerde que siempre le queda la hoja en blanco.

Texto © Osvaldo Reyes . Todos los derechos reservados.

Publicación © Solo Novela Negra. Todos los derechos reservados.

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